La esencia del perdón
Faustino de Jesús Zamora VargasLos cristianos, aun los más maduros, tenemos en ocasiones una rara tendencia a no saber escuchar la voz interna que nos dice que hay que perdonar. Una y otra vez dejamos entrar en él corazón las gotas contaminantes del mundo y hacemos de él un depósito de raíces de amargura, disensiones, rencores y hasta odios; elementos totalmente disociados del corazón de nuestro Señor. Y todo porque no sabemos (o no queremos) perdonar. Como el perdón requiere de la humillación del culpable, cuando nos toca a nosotros humillarnos, nos falta la voluntad para someternos y así ponemos a Dios en un segundo plano. Y el corazón, engañoso y sensible, se pone la vestidura de la soberbia y se encarama en pedestal de juez implacable y dice: ¡No te perdono! Y continúan las amarguras, los insomnios, las taquicardias, las ansiedades que, además traen temores, complejos, abandonos, ira, deseos de venganza y todo aquello que mata el corazón del cristiano y nos aleja de experimentar una vida victoriosa en Cristo.
El apóstol Pablo le escribía a los efesios: “…sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Ef. 4:32).
Aquí está la clave del perdón. Cuando usted es consciente de que Dios le perdonó y que para ello tuvo que morir en la cruz del Calvario, entonces usted estará dispuesto a perdonar cualquier ofensa. Si no perdonamos a los hombres sus ofensas, tampoco nuestro Padre perdonará las nuestras. Ese es un precepto bíblico elemental del que Dios nos advierte a través de todas las Escrituras. La doctrina del perdón es al cristianismo, lo que Cristo es para el mensaje de salvación. El mensaje del perdón es una extraordinaria esperanza de vida. Tristemente a veces guardamos rencores y hasta deseos de venganza. Esto nos paraliza, nos descalifica, nos hace incompetentes y pecadores a los ojos de Dios. El perdón limpia el corazón. Cuando perdonamos sentimos alivio, consuelo, paz interior y paz con Dios. Cuando persistimos en no perdonar damos muestra de que hay áreas en nuestro caminar cristiano que no han sido regeneradas por el Espíritu de Dios. Ser capaz de perdonar debe ser una evidencia fundamental de la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. ¿Cómo no voy a ser capaz de perdonar a un hermano, de borrar el incidente y el pecado que originó la ofensa, si Cristo lo hizo por mí de una vez y para siempre? A Dios no le agrada la alabanza que sale de un corazón que no ha sabido perdonar, tampoco la ofrenda y menos aún las apariencias de santidad y la animosidad que corrompe nuestro ser y nos separa de Él.
Amados hermanos y hermanas, miren a su alrededor y observen cuán hermoso puede ser su día, su vida junto al Señor. Quizá te acuerdes de alguna persona que aún no has perdonado, de algún incidente que todavía se aferra a tu mente y corazón y que no te deja espacio para sentir el gozo del Señor. Ríndete a tu creador, a tu buen pastor. Él no tasó en una balanza tus pecados, sino murió en una cruz por ellos; sencillamente los borró para siempre. ¿Cómo entonces puedes andar cargado aún con un fardo pesado de rencores y raíces amargas que interrumpen tu comunión con Él? Busca en tu corazón, escudríñale y sacúdete la chatarra que puede todavía andar por ahí por las rinconeras de tus pasiones. Cuando llegaste a los pies de Cristo, Él te dio la capacidad espiritual para perdonar a los hombres todas las ofensas y pecados que han levantado contra ti. Conforma tu propio arcoíris espiritual como un nuevo símbolo que te recuerde en cada momento que el perdón es una muy dulce ofrenda de amor que te honra a ti, pero sobre todo, que honra a Dios. ¡Dios te bendiga!