El Dios que nos justifica
Dr. Roberto MirandaLa santificación no es para cobardes. Es agónica, y es el esfuerzo de toda una vida. No se trata de un asunto blanco y negro, todo o nada. Al recordar los accidentes y peripecias de nuestra propia jornada de crecimiento, podemos identificarnos con los que luchan con adicciones, deformaciones emocionales y ataduras de diversos tipos. Cuando reconocemos lo complejo, arduo y sutil que es el proceso de la santificación del creyente, esto nos permite ser más entendidos y pacientes con aquellos que experimentan caídas y fallas en su propio peregrinaje espiritual.
La contradicción y la inconsistencia son parte inevitable de la experiencia cristiana. La formación de un hijo o hija de Dios inevitablemente involucrará caídas penosas e inconsistencias que han de contradecir las aspiraciones más nobles del alma. Esto no es necesariamente indicio de una perversidad personal, sino producto de nuestra condición genética de seres caídos e imperfectos. No cabe la menor duda de que personajes bíblicos como Josafat, Abraham, David y Pedro, amaban apasionadamente a Dios. A través de toda su vida, dieron muestras de que estaban dispuestos a tomar grandes riesgos y confrontar grandes peligros para defender los intereses del Reino de Dios. Sin embargo, su condición de hombres caídos, propensos al pecado y a la desobediencia a pesar de sus mejores intenciones, los llevaron a pecar y errar en más de una ocasión.