Lo que Dios piensa de sus hijos
Faustino de Jesús Zamora VargasRESUMEN:
Dios no necesita sacrificios de nosotros, sino que desea una relación íntima con nosotros. Debemos creer lo que Dios dice de nosotros en su Palabra y no caer en la trampa de la baja autoestima causada por los juicios y opiniones de otras personas. En Cristo, somos escogidos, santos, sin mancha, amados, adoptados, bendecidos, sin culpa, redimidos, perdonados y aceptados. Cuando creemos lo que Dios dice de nosotros, podemos gozar con entera libertad el regalo de la gracia y disfrutar la vida cristiana enfocándonos en Él exclusivamente. Debemos recordar que nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra el imperio de la maldad. Nada de lo que las personas digan de nosotros puede modificar lo que el Señor dice y aprecia de sus hijos. Debemos vivir a Cristo como una nueva criatura, separados para Él por voluntad propia y para morar con Él por largos días.Una de las más hermosas enseñanzas de la Biblia es el hecho de que a Dios lo que más le interesa de sus hijos es el anhelo y deseo de tener una íntima relación con Él. Nos esforzamos tremendamente en trabajar para Él, en servirle en todo lo que podemos y caemos en la trampa de pensar que Su amor es directamente proporcional a la medida del servicio que le dedicamos. Dios no precisa sacrificios de nosotros que no sea aquel que fluye naturalmente de nuestro corazón como consecuencia de nuestra intimidad con Él. A menudo pasamos por alto lo que Dios dice de nosotros en su Palabra y nos enfocamos más en los juicios y opiniones que otras personas, insanamente, se atreven a dar sobre lo que somos. Debemos creerle a Dios y con humildad perdonar a quienes nos ofenden con vituperios y malos juicios.
Si ahora mismo lees Efesios 1:1-10 encontrarás que Dios afirma que delante de Él somos escogidos, santos, sin mancha, amados, adoptados, bendecidos, sin culpa, redimidos (libres), perdonados y aceptados. Entonces hermanos, ¿por qué a veces los cristianos son arrastrados por una baja autoestima? ¿Por qué nos deprimen los falsos testimonios que se hacen sobre nosotros y no nos sujetamos con fe a lo que dice el Señor de nosotros mismos? Miremos pues que la sangre derramada por nuestro Señor Jesucristo también fue suficiente para perdonar los pecados de aquellos que nos han ofendido, de quienes tratan de angustiarnos. En la guerra espiritual del día a día, recordemos que nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra el mismo imperio de la maldad.
Cuando creemos lo que Dios dice de nosotros podemos gozar con entera libertad el preciado regalo de la gracia, mirar adelante sin temor confiando en la provisión material y espiritual del Señor, también serán menos nuestras incertidumbres y dudas cuando las cosas parezcan no irnos bien y podremos definitivamente disfrutar la vida cristiana al enfocarnos en Él exclusivamente y no en nosotros mismos. Nada de lo que las personas digan de nosotros, la manera en que nos juzguen y nos vean, podrá modificar lo que el Señor dice y aprecia de sus hijos. De manera que si, como hijo de Dios, crees tener una baja autoestima, sencillamente estás pensando contrario a lo que piensa el Señor de ti, estás auto-flagelándote y renegándote cuando el Señor te lleva en su mano portentosa y jamás te dejará aun cuando por momentos los deseos de la carne te sacudan los cimientos de la fe. Uno de los ardides que más éxito ha obtenido de parte del “príncipe de las mentiras” es hacernos pensar que aun estando en Cristo, somos unos viles pecadores luchando en una carrera sin fin para agradarle “con nuestras buenas obras” y así aliviarnos la carga que producen nuestros tropiezos y debilidades. ¡Esto es una gran mentira!
Amados hermanos, no podemos hacer nada para merecer el amor y la bendición de Dios, pues desde que le conocimos, nuestras deudas están saldadas. Él cargó nuestros pecados en la cruz, somos amados y limpios con una nueva identidad que nada ni nadie nos puede arrebatar. Cree lo que Él ha dicho de ti, pues bueno sería que comenzaras a vivir a Cristo como una nueva criatura, diseño exclusivo del Creador, separado para Él por voluntad propia, escogido y para morar con Él por largos días. ¡Dios te bendiga!