Santificado sea Tu nombre
Dr. Roberto MirandaLa humanidad fue creada para adorar a Dios. Un ser humano no encuentra su razón de ser ni el propósito de su existencia hasta que no se postra reverentemente a los pies del Creador y le rinde gloria y honra.
No podemos ser verdaderamente humanos sin antes inclinar la cabeza ante la majestad del Padre y reconocer que somos meras criaturas, creadas para glorificarlo y expresar su creatividad y poder.
Cada vez que nos acercamos a Dios para comunicarnos con Él por medio de la oración, tenemos primeramente que santificarlo, rendirle honra, señalar su majestad. Esto será una señal de que lo ponemos a Él primero. Su honra y santidad deben tener precedencia sobre nuestras propias peticiones y deseos. Antes de expresarle nuestras necesidades, debemos expresarle nuestra reverencia, nuestro deseo de que su Nombre, su Persona, sean reconocidos en toda su grandeza y majestad.
Antes que siervos de Dios, debemos ser adoradores empedernidos, perpetuamente embriagados por el sentido de la gloria de Dios. Nuestro máximo placer debe ser levantar nuestros ojos hacia el cielo muchas veces al día y rendirle adoración a Dios, expresándole nuestra gratitud por todas sus bendiciones y maravillas. El salmista lo expresa de esta manera: “Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita en gran manera” (Salmo 112:1). El salmo 37 dice: “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón”.
Cuando nuestro corazón está embargado por un sentido de adoración y deleite para con Dios, entonces estamos libres para pedirle confiadamente, sabiendo que nuestras peticiones estarán alineadas con su voluntad. Dios se complacerá en concedernos nuestras oraciones, y nuestra vida traerá deleite a Aquel que nos ha creado para su gloria y su honra.