El espejo del Evangelio
Faustino de Jesús Zamora VargasLa Palabra nos hace ver las cosas que somos incapaces de ver con nuestros propios ojos y sentimientos. ¿No te has visto "retratado" en un pasaje bíblico o haz experimentado que en un simple versículo se describe lo que estás pasando en ese momento en tu vida o que, esa palabra te da la el consejo paternal para resolver alguna situación? ¿Y qué has hecho al respecto?
¿Has seguido leyendo? ¿No te has detenido a meditar en lo que Dios te está diciendo?
El evangelio es nuestro espejo. Cuando confrontamos el evangelio con un espíritu humilde y buscamos consejo y guianza en la bendita Palabra, podemos vernos tal como somos y entonces estaremos dispuestos a obedecer. Cumplir y obedecer la Palabra es un mandato de profunda dimensión espiritual. Una de las muchas maneras en que podemos corromper y diluir el evangelio de Jesucristo es siendo sólo oidores de su Palabra o escucharla (también leerla) con la mente y no con el corazón, regodeándonos exclusivamente en las hermosas promesas y las maravillas que el Señor nos anuncia y virando el rostro cuando el Señor nos reprende o nos exhorta a ordenar nuestros libertinajes.
Como dice Santiago, debemos mirar atentamente en la ley perfecta de nuestro Dios y obrar en consecuencia, aunque pueda ser doloroso en ocasiones y no se acomode a nuestra propia voluntad y deseos. La Palabra es clara; si simplemente somos oidores, nos engañamos a nosotros mismos. Nuestra disposición a rendirnos a la Palabra con corazón humillado y abiertos a las enseñanzas que Dios quiere que aprendamos debiera ser radical. No siempre estamos dispuestos a escuchar la crítica a nuestros defectos y a los desórdenes de nuestras pasiones y afanes cotidianos, mucho menos, si la crítica viene directamente de Dios. ¿No debiéramos por el contrario darle gracias por recordarnos nuestras debilidades? La Palabra de Dios nos dice cómo somos, nos retrata “a todo color” y en alta definición.
La Palabra nos ha sido dada para ser libres, para hacernos cada día más sabios, para encontrarnos con Dios y con nosotros mismos a través de Jesús y darle a nuestra vida cristiana un verdadero sentido de obediencia y gratitud. Cuando ponemos en práctica la Palabra que con frecuencia nos confronta por propia voluntad de Dios, nuestra vida espiritual se enriquece, le damos honra a Dios e inevitablemente crecemos en “espíritu” como corresponde a verdaderos hijos del Rey. La Palabra dice: Él, por su propia voluntad nos hizo nacer de nuevo por medio de la palabra de verdad que nos dio. (Santiago 1:18 NTV).
¡Dios te bendiga!