Paz, en medio de la tormenta
Faustino de Jesús Zamora Vargas¿Qué te recuerda este título? ¿Una aflicción pasada, el momento de una prueba, o aquella paz que sentiste en tu interior que apenas podías comprender cuando todo parecía desmoronarse a tus pies? ¡Cuántas vidas han sido ministradas con esta bella alabanza! Pero el mundo no lo puede entender, porque es una locura, porque no tiene sentido que hayamos sido tocados por la adversidad, la pérdida de algo o alguien amado, y sin embargo sentir paz, una paz que trae sosiego, consuelo, esperanza. Cristo es nuestra esperanza y el depósito divino de una paz que sólo podemos disfrutar los que hemos sido alcanzados por su amor. Su amor revela su paz, y esta hace que podamos “sumergirnos en el río de su Espíritu” para encontrar la quietud del alma contra toda batalla interior.
Las tormentas son inevitables, son casi un requisito para que algún día lleguemos a ser registrados en el Libro de la Vida, son los desiertos que estaremos preparados para cruzar si andamos revestimos con toda la armadura de Dios. Es en la tormenta donde Dios nos revela su carácter, nos habla de su santidad y nos imparte sus más inolvidables y tiernas enseñanzas. Es donde la prueba se convierte en expresión de riqueza espiritual que nos viene como regalo de Sus manos para aliviar el sufrimiento y donde, además, tenemos acceso a la paz en Cristo.
El Dios que adoramos y amamos es llamado Dios de paz (Ro.16:20). Su evangelio es de paz porque es anunciado en el nombre del Príncipe de Paz, que es nuestro Señor Jesucristo (Hch. 10:36), por eso nosotros los creyentes debemos procurar la paz y el Shalom de Dios, condición espiritual que no solo significa tener descanso y concordia con uno mismo y con los demás, sino más bien, navegar en las aguas tranquilas, seguras y prósperas que brotan de la roca de nuestra salvación, del Cristo incomparable.
Hoy la religiosidad desenfrenada intenta presentarnos un evangelio de prosperidad. Nuevos profetas y apóstoles se levantan a tratar de comernos el cerebro con mensajes chapuceros y despreciables para pervertir nuestras mentes, confundirnos y quitarnos la paz que tenemos en Cristo. Es una realidad que no podemos subestimar. El Señor no nos prometió prosperidad a toda costa, más bien nos advirtió que en el mundo habría aflicción y que sus discípulos estarían también expuestos a tal condición. Pero es su victoria en la cruz la que nos da la esperanza y nos regala paz porque Él venció a este mundo y porque la paz está en Él, no en nosotros, sino en Él. Por eso las tormentas se desvanecen cuando buscamos su paz, la paz que Él nos dejó, que no se parece en nada a otros tipos de paz.
Hermanos y hermanas, Cristo es nuestra paz, el muro contra el que se quiebra toda aflicción y sentimientos de pesar. Él está con nosotros también en esta condición que no podemos explicar. Recuerda que Él venció al mundo. Si deseamos y anhelamos la paz, confiemos en Dios y en su justicia. Su gran poder y su amor incomparable serán nuestra esperanza, nuestra fortaleza. Nunca podremos evitar las tribulaciones y tormentas, pero con Dios de nuestra parte sí tendremos la paz perfecta que está Cristo. Permanece en Él y Él hará brotar nuevas fuerzas en tu interior. ¡Pon tus ojos, tu mente y tu confianza en Cristo y Él te sumergirá en el refrescante río de su paz!
¡Dios te bendiga!