En vez de llorar, ¡ora!
Dr. Roberto MirandaLas batallas de la vida hay que pelearlas por medio de la oración insistente. De nada sirve la fe, si no se manifiesta a través de peticiones concretas y persistentes. El gran reformador Martín Lutero oró: "Amado Señor, Aunque estoy seguro de mi posición, no puedo retenerla sin ti. Ayúdame o estoy perdido".
La oración efectiva requiere ese tipo de pasión y convicción. C. H. Spurgeon, el gran predicador inglés del siglo diecinueve escribió: “La oración hala la soga abajo en el mundo, y la gran campana suena arriba en el oído de Dios. Algunos apenas mueven la campana, de lo lánguidas que son sus oraciones; otros sólo le dan un tirón ocasional a la soga. Pero el que se comunica con el cielo es el hombre que agarra la soga con denuedo y tira de ella continuamente con todas sus fuerzas”.
El Apóstol Pablo aconseja, “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones en toda oración y ruego” (Fil 4:6). En otras palabras, en vez de llorar, ora; en vez de que te tiemblen las rodillas, dóblalas. ¡Si están dobladas no van a poder temblar!
Ya hemos señalado que la oración, como la fe, no es sólo para sacarnos de los aprietos y las crisis. La oración debe bañar y saturar todo lo que hacemos. Es la bandera que va delante, encabezando todos nuestros esfuerzos. Debe ser el antes y el después de todas nuestras visiones y proyectos. Es el elemento que debe fundamentar y puntualizar todos los eventos y actividades de nuestro día. Martín Lutero declaró: “Tengo tanto que hacer, que debo pasar las primeras tres horas de cada día en oración”.
Yo creo mucho en la oración preventiva. No esperes a que el diablo esté a la puerta para destruirte, para entonces comenzar a orar. Ora continuamente para mantenerlo neutralizado, para forrar tu vida preventivamente contra sus ataques. El mejor tiempo para orar es cuando todo está bien, cuando no hay nubes en el cielo y el corazón está tranquilo y en paz. En esos tiempos de quietud y aun de prosperidad, como José en Egipto, atesora oraciones en el cielo para cuando venga el día malo de la sequía y la carencia. Llénate de tal vitalidad y poder; cubre todas las ventanas y puertas de tu vida de tal manera que el Enemigo, cuando emprenda el ataque y pretenda lanzar sus dardos de fuego hacia el interior de tu morada, encuentre tu casa blindada y protegida por los muros del Cielo, erigidos ladrillo a ladrillo por tu oración persistente.