Declarar y creer no es lo mismo
Dr. Roberto MirandaUna inmensa multitud estaba contemplando al famoso equilibrista Blondín cruzar las cataratas del Niágara un día en 1860. Cruzó numerosas veces—una travesía de mil pies, a 160 pies de altura sobre las aguas tormentosas. Y no sólo cruzó; lo hizo empujando una carretilla. Un niño miraba la proeza con evidente asombro. En uno de esos cruces, Blondín miró al niño y le preguntó: “¿Tú crees que yo podría cruzar a una persona dentro de la carretilla sin caerme”? “Sí, señor”, respondió el niño. “Estoy seguro que sí”. A lo cual Blondín contestó: “¡Pues súbete, hijo”!
Una cosa es declarar con la boca que creemos. Otra cosa es creer lo sufuciente como para actuar conforme a la confesión que hemos hecho. Muchas veces, nuestras declaraciones piadosas carecen de la profundidad y definición necesarias para calificar como fe. Cuando los discípulos le pidieron a Jesús que les aumentara la fe, el Señor les respondió, "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería" (Lucas 17:5). En otras palabras, para Jesús, ¡los discípulos no tenían ni siquiera la poca fe que ellos pensaban que tenían!
Tenemos que pedirle al Señor que lleve nuestra creencia mental y genérica al estado de profunda convicción y madurez espiritual que le permita calificar como verdadera fe. Nuestras débiles afirmaciones de fe tienen que llegar a ese estado del cual habla el escritor de Hebreos: "Es pues la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1).
La verdadera postura de fe es la matriz dentro de la cual se pueden gestar los milagros del Señor. Tiene que haber una matriz abierta y expectante para que la vida de Dios pueda engendrarse en nuestro ser. Es importante que si nos acercamos a Dios, creamos que El es fiel, y que El recompensa y galardona a los que le buscan.