Galardones de Dios
Faustino de Jesús Zamora VargasHace algunas décadas un laureado deportista cubano del deporte de la halterofilia, las pesas, fue despojado del galardón más preciado al que puede aspirar un atleta de alto rendimiento. La noticia conmovió al mundo del deporte de los forzudos y la extinta Unión Soviética “recobró” entonces uno de los pocos títulos mundiales arrebatados por un pesista foráneo, por demás de Cuba, un país sin tradición universal en este deporte. A pesar de las enconadas protestas de nuestro Instituto de Deportes, Educación Física y Recreación ante la Federación Internacional de Halterofilia, la protesta no prosperó y la sanción no se hizo esperar. La Medalla de Oro le fue quitada a Daniel Núñez por haberse encontrado en su sangre, tras examen antidoping, sustancias químicas estimulantes capaces de alterar el comportamiento muscular y mental del deportista para obtener resultados por encima de sus reales posibilidades psicofisiológicas. Así caía uno de los ídolos del deporte cubano y por primera vez, desde la fundación del mencionado Instituto, un atleta del patio quedaba descalificado por este motivo y ya nunca más pudo representar Cuba en lides internacionales. El país se veía envuelto en uno de los escándalos que frecuentemente criticaba cuando se trataba de atletas de otras naciones.
En la vida cristiana también suelen suceder estos eventos. Así como el atleta tiene que competir respetando las reglas y los requisitos establecidos para poder obtener el título, nuestro caminar con Cristo debe estar adornado de una legitimidad a prueba de todo fuego y yunque. Ya sabemos que ser militantes de la cruz requiere de una vida de obediencia y de total sumisión al Espíritu Santo; sin embargo, aun conociendo las consecuencias, nos enredamos a menudo en los negocios de la vida y ponemos en riesgo el galardón que trae en Cristo una vida sobria, piadosa y legítima. Aunque Pablo no nos detalla en 2 de Timoteo las reglas que el cristiano tiene que guardar para luchar legítimamente, nos queda claro que el creyente no tiene otra alternativa que apegarse a las normas de Dios para ser merecedor de la medalla, o lo que es igual, la corona de la vida. El pecado es una carga siempre pesada en la carrera cristiana. Despojarse del pecado y tomar los retos del ministerio que nos ha sido encomendado es una nota clave para luchar y vencer en el gran campeonato de la santidad. No podemos aspirar a medallas y galardones confiando en nuestras fuerzas humanas, sino en el poder de Dios. Tampoco permitamos que la química del mundo contamine la sangre de Cristo. No lo necesitamos para lograr resultados espectaculares en la vida cristiana. Su gracia basta.
Así también sucede con el labrador. Al igual que el atleta, el labrador para ver los frutos de su trabajo y disfrutarlos, tiene que trabajar primero arduamente, prepararse, sufrir penalidades (2 Ti 2:3-6), vivir una vida genuinamente cristiana, sin hipocresía y apegado a las reglas y los preceptos de Dios. Debemos llevar una vida disciplinada como un atleta y trabajar con dedicación y paciencia para ver y disfruta los frutos espirituales que el Señor nos va a regalar en el peregrinaje cristiano. Y sobre todas las cosas, preservar las enseñanzas de la Palabra sin contaminación. El Señor en su inmensa sabiduría también nos somete con frecuencia al “examen antidoping”, no para descalificarnos, sino para descontaminar nuestros corazones, nuestras mentes y de esta forma presentarnos aprobados y limpios delante del Padre celestial. El Cristo redentor quiere discípulos, no creyentes. Se dice que el creyente espera por los panes y los peces, mientras que el discípulo es un pescador. ¿No es hermoso?
Hermano y hermana, sé labrador, sé discípulo, sé pescador. Deja que el Señor te someta a su examen de amor cada día. El antidoping de Dios puede cambiar radicalmente tu vida, te sanará, te hará correr, sin temores ni afanes, la cristiana y legítimamente necesaria carrera hacia la eternidad.
¡Dios te bendiga!