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El hombre con el casco de oro” es uno de los cuadros más famosos y amados de Rembrandt. Desde muy joven, he admirado esa obra maestra del extraordinario pintor holandés. Esta pintura nos muestra un viejo soldado, de rostro noble y melancólico, vestido con su uniforme de militar, con un hermoso casco dorado. En el cuadro, el viejo militar mira firmemente hacia un punto indefinido, pensativo, con una expresión melancólica en los ojos. A pesar de los años, el rostro todavía refleja la firmeza y hombría de la juventud; quizás, también, la suave tristeza que viene de haber visto y vivido demasiado. La mandíbula y la boca del viejo soldado, la inclinación de su cabeza, proyectan vigor y coraje. La vejez no parece haber reducido en nada la fortaleza y virilidad de la juventud.
Es evidente que este hombre ha vivido bien. Ha conservado su fuerza. No ha desperdiciado su hombría o su vitalidad en placeres destructivos o actos deshonestos. Evidentemente, los soldados que él dirigió en la guerra tuvieron la bendición de estar cubiertos por el liderazgo de un hombre excepcional, que siempre se preocupó por su bienestar, y que nunca puso su vida en riesgo innecesariamente. Para este hombre, el premio de una vida bien vivida resulta ser, precisamente, una vejez llena de vitalidad y paz interior.