El valor de predicar la Palabra de Dios
Faustino de Jesús Zamora VargasEl día que visité a Mercedes ella no me esperaba. Rodeada de un panteón de dioses estáticos y fríos, suerte de una africanía 'divina' con licencia sincrética de otras devociones, parecía una diosa más presidiendo su altar de collares multicolores y santos retocados con el pincel de sus propias manos. A Mercedes le dicen 'Tanta' y es la persona más frecuentada del lugar.
Mujeres sin marido, hombres con más de una. Ahijados de todas las razas y géneros humanos le traen ofrendas: “homos” y “hemos”, niñas que perdieron su virtud y ya cargan su embarazo sin la esperanza de un padre que se ocupe después, negociantes callejeros de puros “Habanos” que solicitan protección de los dioses para guardarse de la justicia, muchachos que ya son ancianos porque trotaron temprano sobre el corcel de la droga y se quedaron sin edad aparente y una soledad explícita en sus corazones.