Evangelio de esperanza
Faustino de Jesús Zamora VargasYo no conocía a Daynaris, ni su ciudad, ni sus parientes, ni su casa. Pero allí me llevó el Señor acompañado de hermanos de la iglesia local. Daynaris abrió la puerta de su habitación con dificultad. Y antes que yo pronunciara una palabra me dijo. -No malgaste su tiempo señor; hace tiempo que perdí toda esperanza-.
El corazón se me esponjeó al contemplar el rostro de aquella bella mujer de 35 años, con una hija de 9, abandonada por su marido, postrada en su silla de ruedas a causa de un fatal accidente que la condenaría para siempre a una penosa inmovilidad y deformidad de sus miembros inferiores. –La esperanza es lo último que se pierde-, le contesté mecánicamente, como intentando aliviar su pena con este dicho del refranero popular.