El regalo de la gracia
Faustino de Jesús Zamora VargasA todos los que la han descubierto, le ha pasado lo mismo. Sólo el Espíritu te la puede revelar. Sucede un día y te apropias de ella para siempre. Después que la conoces, es difícil poderla dejar. Dios quiere que la comprendamos en Cristo, nuestro Señor y Salvador: es liberadora, porque te saca del limbo aberrado y te lleva a comprender que estamos incapacitados para cumplir estrictamente la Ley de Dios; es salvadora, pues emana del Salvador que canceló todas nuestras deudas de pecado al morir en la cruz y nos vistió de fe; es completadora, en tanto que no podemos dejar de depender de ella para sentir la plenitud de Cristo y ella refleja nuestras imperfecciones; es convincente ya que nos hace ver con total claridad que su fundamento es la fe que exalta y alaba al Señor y no lo que ni yo ni tú podemos por y para Él; es demoledora, porque derriba sin piedad los muros de la autosuficiencia y el orgullo del esfuerzo del hombre. Su administrador es Cristo y su nombre es Gracia.
Fe y Gracia se dan la mano. Si tu fe te apuntala, la Gracia te sostiene. La vida cristiana no tiene sentido sin el poderoso propósito de la Gracia. Es el perfume grato de Dios para los hombres. Su aroma es irresistible porque es el origen de la salvación y de todo favor cimentado en la soberanía y el señorío de Dios. Amados y amadas en Cristo, no pretendo comerles el cerebro con teología que estoy seguro que ya conocen. La autoría de la misión de la Cruz, el origen que acabaron en de la Pasión de Cristo hasta su muerte y resurrección, la venida del Espíritu Santo a la vida del creyente, todas ellas tienen el cuño inconfundible de la Gracia y la firma del dedo de Dios.
Siento un gozo mayor cuando leo que Dios, 20 siglos atrás, nos afirmó que nos mostraría las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús (Efesios 2:7). No es posible meditar en los beneficios inmerecidos de la Gracia, sin caer de rodillas en gratitud por el Padre y su Hijo Jesucristo. Ambos son coautores de ella y el madero glorioso el jardín donde reverdeció para que su Hijo la manifestara para plantarla después, como flor inmarcesible, en el corazón del hombre que por fe, recibe la salvación y el regalo de la vida eterna. Dios traspasó los límites de la benignidad que sólo Él podía ofrecernos. Nos salvó por su misericordia y, como para no quedarse corto, nos impartió su Gracia para estar completos en su Hijo Jesucristo. Entender la teología de la Gracia nos permite humillar y rendir nuestro corazón al señorío y la soberanía de Dios y plegar las banderas de nuestras presunciones y autosuficiencias y, definitivamente, reconocer que Él es nuestra vida. No se trata de lo que haces, sido de Él, quien el que llena nuestras canastas vacías de misericordias y de su Gracia. MISERICORDIA es lo que no recibimos aun mereciéndolo. GRACIA es recibir lo que no merecemos. ¿Captas la diferencia?
Mientras que la Ley se aviene perfectamente a los deseos hedonistas (los que gozan del placer desmedido por los deseos de la carne) de una generación perversa que le ha dado la espalda a Dios, la Gracia es la sinfonía de la plenitud de Cristo en nuestras vidas. En Él estamos completos. Si miras a la Cruz, sólo verás Gracia, si le echas una mirada al mundo irredento rebelado contra Dios, verás el rostro sin camuflajes de Su misericordia. La Gracia divina que emana de la fe salvadora es un régimen de vida por el que Dios nos bendice por una sola razón: nuestra unión con Jesucristo, nuestra permanencia en Él.
Mi deseo es que ambos regalos del Altísimo sean fuentes de bendición espiritual para tu vida y para los que amas. ¡Dios te bendiga!