El desafío de crecer venciendo al enemigo espiritual
Faustino de Jesús Zamora VargasUn cristiano, en cualquiera de sus estaciones de crecimiento, no debería dudar nunca de que vivimos bajo el bombardeo constante y los efectos permanentes de la guerra espiritual. Desde Adán hasta Cristo y de Cristo hasta hoy, esta guerra ha cobrado más millones de víctimas que las generadas por las beligerancias mundiales y las conflagraciones que deterioran el mundo por estos días. Es una guerra sucia, despiadada, sin cuartel: no se gana con artefactos bélicos hechos con manos de hombre, ni con pericia militar alguna. La guerra espiritual se gana con las armas invisibles que nosotros no inventamos, sino Dios.
¿Quién no se ha contemplado inmerso en una de ellas?¿O acaso no nos hemos visto a nosotros mismos entre los heridos maltrechos en el campo de batalla? La guerra espiritual es la guerra de la muerte si decidimos voluntariamente correr la carrera de la fe tan sólo con alpargatas dominicales, bien ungida de prédicas y tiernas aleluyas, pero desconociendo las armas que hemos heredado para combatirla. La otra opción es luchar, hacerle la guerra a nuestra ignorancia, llenarnos cada día de Su conocimiento y amor y proponernos crecer hasta subirnos al palanquín de la victoria vistiéndonos con la armadura de Dios. El enemigo nos declara la guerra desde que estiramos el alma y el corazón para que allí habite y señoree el Señor de Señores.