El gozo del perdón
Faustino de Jesús Zamora VargasMe viene a la mente aquel cálido domingo de enero en que le entregué mi vida al Señor. Me sentía tan vacío, tan sucio de los destrozos causados por mi vida pecadora, que jamás imaginé que hubiera Dios que me perdonara. La vergüenza me atormentaba, mi orgullo se desmoronaba en Su presencia y las lágrimas contenidas por mi falsa y confusa apreciación de la necesidad, nublaban mi visión y bañaban mi interior. Tenía por delante la más difícil de las tareas, la más difícil: confesar mis pecados, arrepentirme sinceramente y sentir la certeza de la disposición de Dios de perdonarme. ¿Podía ser posible? ¿Volvería a sentir paz en mi corazón y… ser feliz?
Hace años escribí en mi testimonio personal: Y el Señor se me apareció sin esperarlo. Me sacudió de un soplo el fundamento de un pedestal que yo había edificado en un terreno pantanoso, peligroso, movedizo e infértil…y una de las tantas madrugadas sin ojos en que morí por aquellos días, me tomó en sus brazos y pude decirle una oración desesperada, quebrantada, esperanzada y húmeda…