Transición de la promesa a la posesión
Faustino de Jesús Zamora VargasLos desafíos en el Señor nos permiten mirar hacia adelante y crecer cada día más en su Espíritu… o claudicar, plegar las banderas de la fe en Cristo y echar a un lado sus promesas. Cada día trae su propio afán. Las promesas de Dios no son un catálogo de expresiones vacías y sin sentido. Fueron registradas en su Palabra para que tú y yo avivemos cada día nuestra esperanza en Cristo, son inmutables y eternas como su creador. Dios promete a su pueblo una heredad completa, una tierra espiritual donde abunda el pasto de su gracia y termina definitivamente el peregrinaje errante y desleal desprovisto de propósitos. La única condición para que puedas emprender confiado tu itinerario de viaje es la obediencia, guardar su ley, meditarla para ponerla en práctica y para que tu vida alcance una verdadera prosperidad. Tu prosperidad depende de tu relación con Dios. Poseer la promesa es conquistarla, es lucharla, es entrar en el campo de batalla donde Él te acompaña y te bendice si te esfuerzas y eres valiente, es donde Él no escatima en renovar los lazos que tal vez un día le tendiste y al otro los olvidaste por los desmanes y desatinos que la vida y el mundo caído nos impone.
Debemos dar un salto a la transición, a la innovación, a la transformación. El nombre de Josué era Oseas que quiere decir “salvación”. Allí estaba él como Ministro de Moisés en los 40 años de aventuras del desierto, el campo de entrenamiento donde Dios puso a prueba la voluntad y el denuedo de muchos de sus valientes. Allí conoció de la promesa de Dios de poseer, de adueñarse de la tierra que Él tenía como heredad para su pueblo. Moisés le cambió el nombre antes de morir y le llamó Josué que significa “Jehová es salvación”, como anunciando a aquél Salvador que había de venir para llevar a su iglesia a la Canaán celestial conforme a la promesa de la vida eterna.