Fruto tardío
Alberto González MuñozLas historias que conté en las meditaciones anteriores de mi padre anciano y enfermo orando cada noche, y de José, también en la misma situación, repitiendo el salmo 23 tienen elementos comunes. Ambos creyeron en Dios en su niñez y juventud y después se jactaron de ser incrédulos.
Ellos profesaron ser ateos en la época más productiva, importante y significativa de sus vidas. Rechazaron todo sentimiento religioso y si alguien les hubiera dicho entonces que al final iban a experimentar esas manifestaciones de religiosidad tal vez se hubiesen ofendido. Se sentían fuertes, dueños de sí mismos, impulsando proyectos de vida a los que dedicaban con pasión todas sus fuerzas y capacidades.