Esta vez alabaré al Señor
Faustino de Jesús Zamora VargasRESUMEN:
El artículo habla sobre la vida de Jacob y su transformación por el poder de Dios. Su nombre, que significaba "engañador", fue cambiado por el de Israel después de ser bendecido por Dios con una descendencia extraordinaria. De la tribu de Judá, descendió el Mesías, nuestro Señor y Salvador. La profecía dice que la descendencia de Judá sería alabada hasta que llegara el verdadero rey sobre todas las naciones, anunciando la era de Cristo. La alabanza debería ser la puerta inescrutable para disfrutar como cristianos una redención que fue ganada "a filo de espada". El propósito del pueblo de Dios es publicar sus alabanzas, glorificarle y exaltarle en toda su majestad y señorío. El Judá espiritual, es decir, la adoración y alabanza que agrada al Señor, debe ser motivación diaria hasta llegar a nuestro Canaán celestial, la patria definitiva después de nuestro peregrinaje en la tierra.El drama de Jacob, hijo de Isaac, nieto de Abraham, los tres patriarcas del pueblo de Israel, es sinónimo de una vida transformada por el poder de Dios. Su nombre, que significaba “engañador”, “usurpador”, le fue cambiado por el Ángel del Señor por el de Israel, porque en tal condición fue bendecido más tarde por Dios quien le regaló, a través de sus esposas Lea y Raquel y las concubinas de ambas, una descendencia extraordinaria, de dimensiones eternas. Los hijos de Jacob con aquellas mujeres originaron a las 12 Tribus de Israel. Raquel fue la madre de José. Lea, la madre de Judá, su cuarto hijo. Dice la Palabra de Dios: “Lea volvió a quedar embarazada, y dio a luz un cuarto hijo, al que llamó Judá porque dijo: «Esta vez alabaré al Señor.» El significado de Judá es Alabanza.
Al despedirse de sus hijos antes de morir, Jacob les bendijo y profetizó sobre su futuro. A Judá dijo: Tú, Judá, serás alabado por tus hermanos; dominarás a tus enemigos, y tus propios hermanos se inclinarán ante ti. Mi hijo Judá es como un cachorro de león que se ha nutrido de la presa. Se tiende al acecho como león,…El cetro no se apartará de Judá, ni de entre sus pies el bastón de mando, hasta que llegue el verdadero rey, quien merece la obediencia de los pueblos. Gen 49:8-10 (NVI).
De la tribu de Judá descendió David y de la estirpe de David, el Mesías, nuestro Señor y Salvador, el único digno de alabanza y adoración. Cristo es nuestra alabanza. La profecía declara que la descendencia de Judá sería alabada hasta que llegara el verdadero rey sobre todas las naciones. La era del Cristo estaba siendo anunciada. La alabanza desde entonces llenaría nuestros vacíos, apacentaría la vida del creyente fiel y el cachorro de león tendería sobre sus pies a todo enemigo que intentara arrebatarles sus eternas promesas a los hijos del Rey. ¿Estamos alabando al ungido que venció a la muerte en la cruz del Calvario?¿A quién estamos alabando en nuestra diaria devoción?
Jesús nos dio ejemplo de verdadera alabanza cuando oraba, cuando se entregaba compasivo y piadoso a apacentar las ovejas perdidas de su tiempo y llamarlos a la salvación. Su adoración al Todopoderoso no tuvo límites hasta el mismo momento de entregar su espíritu en las manos del Padre celestial. El cachorro se hizo León en una muerte sacrificial por la humanidad y hoy nuestra alabanza a Él debería ser la puerta inescrutable para disfrutar como cristianos una redención que fue ganada “a filo de espada”. El León se transformó en Cordero de redención. El Cordero volverá otra vez a ser León para alabanza de su pueblo. ¿No es sacrificio de alabanzas lo que pide el Señor de su pueblo? El propósito del pueblo de Dios es publicar sus alabanzas (Isaías 43:21), glorificarle, exaltarle en toda su majestad y señorío. Nuestro mundo necesita hombres y mujeres que sean leones y leonas que peleen fuera de las paredes de nuestras iglesias por derribar los muros de un evangelismo “babilónico”, plástico, insuficiente y desprovisto de una sola gota de sangre del Cordero inmolado.
El Judá espiritual, es decir, la adoración y alabanza que agrada al Señor debe ser motivación diaria hasta llegar a nuestro Canaán celestial, que es el descanso y la paz que anhelamos, la patria definitiva al concluir nuestro peregrinaje como forasteros en esta tierra. Ese Judá es la vid verdadera que endulzará toda amargura y hará brotar de nuestros labios una alabanza auténtica, ungida por el Espíritu de un Señor que no se cansa de mostrarnos su infinito amor. Si en alguna ocasión, no has sido movido por la alabanza a rendirte a los pies de este León coronado de gloria en el trono de la autoridad, levanta tus manos y grita a viva voz como Lea cuando dijo: “Esta vez alabaré al Señor”.
¡Dios te bendiga!