¿Carnales o espirituales?
Faustino de Jesús Zamora VargasEl mismo día que Ana levantó su mano y su corazón para recibir a Cristo, quiso Dios que escuchara su primer sermón en la iglesia y en este la Palabra de Dios hablaba constantemente de la carne. Al terminar el servicio, se dirigió a un grupo de hermanos que comentaban el sermón y con ojos asombrados y rostro dudoso, preguntó: Hermanos, ¿qué cosa es la carne esa de que habló el pastor…qué quiso decir con eso de estar en la carne? Ana recibió una multitud de respuestas, pero su rostro, al final, reflejaba una incertidumbre total. Evidentemente sus dudas se habían acrecentado sobre el particular y nadie había dado en el clavo con una explicación convincente.
La carne es esa parte de nosotros que no se rinde al Señor y se congracia con el mundo para buscar lo que no es de Dios. Es el deseo egoísta de satisfacer nuestras necesidades, pero sin contar con Dios, es revolcarnos en nuestros afanes y someternos a nuestro propio yo. Y lo peor, es tratar de querer ser Dios. El libro de Eclesiastés es un precioso manual de enseñanzas sobre los peligros de vivir en la carne y no según la voluntad y bajo el control de nuestro Señor. Estar en la carne es un intento de sacar a nuestro creador del juego. La Palabra nos advierte: Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. (1Juan 2:16).
¡Ah, los afanes de la carne! ¡Cuántas veces caemos en la misma trampa!
Quien primero trató de ser como Dios fue Satanás. Él tentó a Adán y Eva para que sintieran también el deseo de querer ser como Dios. Esa es la tendencia que la Palabra llama carne. Como él ya perdió su propia batalla en la cruz en este afán, su vocación preferida es intentar que los redimidos en Cristo andemos rasgando nuestras vestiduras en señal de derrota por causa de la carne. El rey Salomón entendió el pecado de la carne, se concedió todos los placeres y deseos carnales pero al final dijo “…y vi que todo era absurdo, un correr tras el viento, y que ningún provecho se saca en esta vida” (Eclesiastés 2:11)
El deseo de la carne es contra el Espíritu. Si hemos conocido al Señor y verdaderamente hemos nacido de nuevo, entonces ya no debemos ser carnales, sino espirituales. No es una opción, sino que, al proyectarnos como tal, estamos cumpliendo con la voluntad del Señor, quien nos ha dado una nueva naturaleza, un Espíritu redentor y poderoso que anhela de nosotros un crecimiento a la estatura de la plenitud de Cristo. Si a Él le hemos dado el control de nuestras vidas, si Él reina en el altar de nuestra sumisión y obediencia por el Espíritu que está en cada uno de nosotros, huiremos con facilidad de las tentaciones, y viviremos conscientes del sacrificio de Cristo; en paz con Él y con el prójimo.
¡Dios les bendiga!