La mesa está servida
Faustino de Jesús Zamora VargasHay un vino nuevo para los que tienen sed de la Palabra, y más aun, para los que todavía andan perdidos en las falsas promesas de un mundo mejor sin Dios. Hay un vino recién fermentado que requiere de odres nuevos resistentes y firmes para que no se rompan y se desparrame. Dios laboreó la siembra en su inmensa viña, Cristo cosechó la vid en su corazón en obediencia a su Padre y como si fuera poco, pagó con su vida el precio completo de toda la labranza brindando jornal gratuito a los obreros sin merecerlo ninguno de ellos. Y el Espíritu, desde entonces, no se cansa de ofrecer tan grande beneficio a esta humanidad; son copas rebozadas de un mosto dulce, néctar del cielo, como maná enriquecido por la unción procurada en la unicidad armónica de toda la deidad. El ser creado, a pesar de esto, prefiere ignorar a su creador, pero El prefiere seguir guardando el mejor vino para el final de la fiesta.
Hay un hombre necesitado, que en su autosuficiencia busca la aceptación del mundo. Es experto en juzgar y en tratar de controlar a su prójimo creyendo tener tal autoridad. Dice sentirse pleno por su dedicación a la necedad, mas está vacío a causa de la impiedad. Dice haber encontrado felicidad y finalidad para su existencia, pero se consume en vida por el vicio de sus delirios amañados por el príncipe de las tinieblas, quien promete éxitos y tiempos de bonanza a costa de devorarle el alma. Sus odres son tan viejos como su alma, no pueden remendarse, están gastados y no resisten la frescura de la unción del Espíritu con su vino nuevo, con su nueva pureza, con la esperanza que trae consigo, en su textura, en su olor, en su estructura renovada de alientos y de nuevos sueños. Este hombre necesita nacer de nuevo.