Sermon clásico #6057: Judo espiritual

(Audio: Español)

RESUMEN: El yudo espiritual es el uso de la agresividad y la violencia del enemigo en su contra para obtener la victoria a través de principios de luz en lugar de las tinieblas. Cristo habló acerca de este principio en su enseñanza sobre el amor hacia los enemigos y vencer el mal con el bien. Este principio puede ser difícil de aceptar porque va en contra de nuestra intuición natural y nuestra forma desintegrada de ver la vida. Para que la iglesia pueda reinar el amor y la armonía de Dios, necesitamos entender que somos parte de un sistema de relaciones y que nuestras acciones afectan a todo el sistema. Cuando vemos a nuestros hermanos como parte de este sistema, podemos reaccionar con amor y paciencia en lugar de agresividad y violencia.

El principio de unidad y de sistema es importante en nuestras relaciones, especialmente en el matrimonio y la familia. Cada acción que tomamos afecta a todo el sistema y a las personas que nos rodean. Debemos tener cuidado de no dañar a otros y resolver los conflictos de manera que no afecte negativamente a nadie más. También debemos permitir que Dios tenga espacio para trabajar en nuestras relaciones y permitir que su justicia se manifieste. Debemos pensar en términos de la unidad y beneficio de todos en lugar de solo nuestro propio beneficio.

En este sermón, el Dr. Roberto Miranda habla sobre el principio de "yudo espiritual" en el que nos ayudamos mutuamente a sobrellevar la carga del pecado y las ofensas en lugar de culparnos y pelear. Él explica que este principio es fundamental en la vida cristiana y que nos ayuda a vivir según los principios del reino de Dios, que son diferentes a los del mundo secular. El Dr. Miranda también enfatiza la importancia de perdonarnos mutuamente y de vivir en comunión como parte de la familia de Dios.

Dice allí la palabra del Señor: “… oísteis que fue dicho, ojo por ojo y diente por diente pero yo os digo, no resistáis al que es malo, antes a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra, y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa. Y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale. Y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses. Oísteis que fue dicho amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo, pero yo os digo, amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os siguen para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, que hace llover sobre justos. Porque si amáis a los que os aman qué recompensa tendréis? No hacen también los mismos los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, qué hacéis de más? No han también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto….”

El Señor me ha estado hablando acerca de la necesidad de nosotros meditar sobre esa verdades que a veces tendemos a dejar como en un plano de segundo lugar en nuestro deseo de buscar el poder de Dios y de buscar la gloria de Dios en nuestra vida, buscamos a veces las cosas más llamativas y más espectaculares, y nos olvidamos de esas cosas sencillas que tienen que ver con las actitudes de nuestro corazón, que tienen que ver más con el ser de la vida cristiana que con el hacer de la vida cristiana.