Libres para llegar a ser todo lo que Dios quiere que seamos
Dr. Roberto MirandaEl propósito de Satanás, el gran destructor de vidas y de potencial, es que ningún ser humano llegue a reflejar plenamente la imagen de Dios en su vida. La actividad incesante de los poderes del mal que rigen el mundo está consagrada a un solo propósito—impedir que un niño en una favela de Brasil o una aldea de África, alimentando sueños de grandeza mientras cuida a sus hermanitos sucios y hambrientos, logre educarse, o alimentarse lo suficiente como para desarrollarse saludablemente y llegar a ser un hombre exitoso y de bendición a su comunidad.
El reino de las tinieblas existe y se mueve sólo “para hurtar y matar y destruir”. Los poderes tenebrosos que ilegítimamente rigen este mundo caído identifican bien temprano a cada ser humano que tiene el potencial para desarrollarse y bendecir a la humanidad con sus dones. Hacen todo lo que está a su alcance para tronchar sus sueños, para hacerlo tropezar en sus esfuerzos de auto realización.
Cristo ha dicho en su palabra: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10:10). “El ladrón” es Satanás, quien encarna el principio del mal que se opone a todo lo que afirma la luz, la vida y el amor. El propósito de Dios al enviar a Jesús como su embajador exclusivo al mundo es establecer un Reino de luz y verdad, un nuevo gobierno encaminado hacia la restauración de vida. Dios quiere que los propósitos originales que gobernaron su obra creativa en el acto de la Creación vuelvan a regir la vida humana.
Cristo se constituye en un transmisor de poder ilimitado desde el trono de Dios hacia Su creación. Ese poder benévolo quiere darle vida a las naciones, erradicar la pobreza, la guerra y la opresión. Quiere hacer posibles todas las reformas y transformaciones en el ámbito humano que los grandes idealistas de todos los tiempos han dado su vida y talento para realizar. Quiere que cada hombre o mujer alcance la plenitud de su potencial, que dejemos de vivir vidas tronchadas, llenos de envidia por los logros de los demás, logrando nosotros vivir nuestro propio drama heroico, escalando nuestras propias montañas y realizando nuestros propios grandiosos sueños.
Sólo Cristo tiene el poder y la autoridad para confrontar el poder del mal y hacerlo retroceder. Sólo en su Nombre, Nombre sobre todo nombre, puede el hombre emprender exitosamente la tarea de su propia emancipación. El sacrificio de Jesús en la cruz, el derramamiento de su sangre, satisfizo una misteriosa necesidad de justicia cósmica, e hizo posible que las acusaciones y reclamos legalistas del diablo contra una humanidad que había ofendido a Dios quedaran satisfechos y neutralizados. Redimidos por el sacrificio de Cristo, quedamos libres del dominio de Satanás y el infierno, libres de toda deuda y toda acusación; libres para perseguir nuestro destino y llegar a ser todo lo que Dios quiere que seamos.