Un evangelio total
Dr. Roberto MirandaEn un mundo que se vuelve más secular cada día, algunos quieren relegar la religión y lo espiritual al ámbito meramente privado. Según ese modelo, la influencia de la religión debería limitarse a la iglesia o el hogar, y jamás extenderse al ámbito público. Las grandes decisiones de la sociedad—su política, economía, educación, aun su moralidad—deberían determinarse según consideraciones supuestamente objetivas, no según los patrones inciertos y subjetivos de la religión o la espiritualidad. Por lo menos, eso es lo que pretenden los grupos liberales y secularizantes de muchas sociedades occidentales.
La verdad es que resulta imposible en última instancia establecer una separación absoluta entre los postulados morales y espirituales de la religión, y las consideraciones puramente prácticas y seculares del Estado. Como hemos señalado antes, las creencias espirituales de un individuo, si están cercanas a su corazón, siempre han de afectar profundamente sus decisiones prácticas. Los principios de la fe cristiana no se pueden aislar fácilmente de los demás aspectos de la vida humana.
La Biblia afirma que “de Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan” (Sal 24:1). Si esto es así, entonces la totalidad de la vida—social, económica, política, científica, moral, intelectual—tendrá por fuerza que reflejar ese señorío divino. El teólogo y hombre de estado holandés Abraham Kuyper declara: “Ningún elemento individual de nuestro universo mental debe ser separado herméticamente de los demás; y no hay una sola pulgada cuadrada en todo el terreno de la existencia humana sobre la cual Cristo, quien es soberano de todo, no declare: ¡Mío!”
El cristianismo es una cosmovisión total y orgánica, la cual abarca todas las dimensiones de la vida. Tiene algo que decir a todos los aspectos de la vida humana—políticos, judiciales, culturales, científicos y económicos. Según Nancy Pearcey, en su libro, Verdad Total, “Debemos encontrar formas de superar la dicotomía entre lo sagrado y lo secular, lo público y lo privado, los hechos y los valores—demostrándole al mundo que sólo una cosmovisión cristiana ofrece una verdad integral y total. Esa visión es verdadera no sólo con respecto a un aspecto limitado de la realidad, sino en cuanto a la realidad total. Se trata de una verdad total” (p. 121).
Como cristianos, debemos vivir de esa manera—reconociendo y estableciendo el señorío de Cristo en cada aspecto de nuestras vidas. Desde lo más grande hasta lo más pequeño, desde lo más público hasta lo más íntimo, nuestra vida debe reflejar el total dominio de los principios del Evangelio. Ciertamente, no debe haber un solo espacio de nuestro ser sobre el cual Cristo no pueda declarar confiadamente: “¡Mío!