Cristo, nuestro Cordero pascual
Faustino de Jesús Zamora VargasCuando Juan el Bautista clamaba en el desierto avisando la inauguración del ministerio público de Jesús hizo, tal vez, la profecía más extraordinaria de la historia del pueblo hebreo
al anunciar a sus paisanos la llegada del “cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). El propio Cristo nos dejó en las Escrituras una sentencia inapelable cuando dijo de Juan que “entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro profeta mayor” que él (Mt. 11:11). Juan estaba reconociendo que Cristo sería el mártir que iba a ser inmolado inocente y que su muerte sacrificial borraría los pecados de la humanidad. La imagen de Cristo como el Cordero de Dios conmueve nuestro ser, nos hace ver y pensar en el glorioso escenario de su muerte de cruz, nos confronta con la misma cruz, nos llama a reconsiderar con alegría y dolor, con reverencia y emoción, el camino de santidad que hemos decidido transitar.
Cristo era el cordero sin defecto, el Kebes (corderito usado para el sacrificio en tiempos de Cristo) humilde y obediente que “con su sangre preciosa…como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 P. 1:19) cargaría en el madero tus rebeliones y las mías, las de este mundo cada vez más olvidadizo y necio que celebra la Semana de la Pasión de Cristo y su resurrección como un evento festivo más en su calendario de necedades propicio para las juergas baratas y las pasiones desenfrenadas.
Los cristianos que hemos nacido de nuevo por la gracia y misericordias de Dios estamos de fiesta. Celebramos a Cristo, su resurrección, su presencia en nuestras vidas y en su iglesia. Cristo es la Pascua para los cristianos porque hay vida en Jesús. Pablo dice que “nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Co. 5:7). ¿Hay algún otro motivo mejor para celebrar en el pueblo de Dios? Ante de ser entregado para ser llevado al matadero (Is 53:7) Cristo celebró la Pascua con sus discípulos y vinculó el vino y el pan con su sangre y su cuerpo convirtiendo este evento en la ceremonia más memorable y reverente del pueblo de Dios en lo que hoy llamamos la Cena del Señor. El estableció esta celebración para que recordáremos su muerte y su resurrección, para que nuestra humanidad se fundiese con su cuerpo y su sangre como símbolo de una unión permanente hasta que Él regrese victorioso a buscar a su iglesia.
Tomemos esta semana bendita para despojarnos una vez más de la vieja levadura que todavía persiste en contaminarnos. Somos una masa nueva, un pueblo nuevo, diferente, un pueblo pascual que se regocija en el Cordero de Dios que nos llama al sacrificio vivo para servirle y honrarle. Celebremos la cruz, la victoria de la vida que hoy gozamos en Jesús, el excelso y perfecto cordero que resucitó y se goza en los hijos que le celebran con amor y entrega. No lo olviden, amados hermanos: ¡Hay vida en Jesús!
¡Dios les bendiga!