A los pies de la Cruz

Faustino de Jesús Zamora Vargas
Faustino de Jesús Zamora Vargas

RESUMEN: La cruz es más que un símbolo, es el punto de partida del cristianismo que tiene como centro al Cristo redentor. Sin embargo, hoy en día el evangelio se aleja cada vez más de la cruz y se predica un "evangelio sin demandas", un evangelio diluido, adaptado a los placeres, una gracia barata. Vivir a los pies de la cruz significa morir al pecado y poner a Cristo en el primer lugar de nuestras vidas. Es crucificarnos, negarnos, tomar nuestra propia cruz para resucitar a una nueva vida, a una vida gloriosa. A medida que esto sucede, comienzan a surgir en nosotros virtudes cristianas que glorifican a Dios y a Cristo salvador.

Si la cruz fue en alguna época del cristianismo la imagen del dolor y de la vergüenza, para el cristiano de hoy es símbolo de esperanza y victoria. La salvación se obtiene a partir de la cruz, en el reconocimiento del sacrificio de nuestro Señor, quien en la cruz clavó todos los pecados del mundo a través de su sangre redentora. La cruz es más que un símbolo, es el punto de partida del cristianismo que tiene como centro al Cristo redentor. Un hermoso documento de la Fraternidad Teológica Latinoamericana sentenció en 1985 en Brasil: “la Cruz de Cristo, más que comprendida, debe ser asumida…lo que significa adoptar la misma opción liberadora de Jesús que implica la identificación con los débiles, los desventurados y marginados”. Los cristianos debemos vivir a los pies de la cruz. El mundo está demasiado entretenido en recrear sus miserias y depravaciones jugándose la vida. El evangelio que se predica hoy en tantísimos lugares se aleja cada vez más de la cruz. Es el “evangelio sin demandas”, un evangelio diluido, adaptado a los placeres, es una gracia barata, un nuevo evangelio, sin compromisos, donde la consagración y el servicio son palabras obsoletas – como también dicen del pecado -, es un evangelio sin cruz.

El evangelio sin cruz se niega a nombrar el pecado por su nombre, lo enmascara, lo oculta, lo convierte en una acción justificada porque “la vida es muy corta y hay que vivirla a plenitud”. Cristo compró nuestras vidas en la cruz y allí mismo le asestó un golpe mortal al reino de las tinieblas al resucitar, al emerger de la cruz con una luz que nos ilumina desde el Calvario y hasta la eternidad. Por ahí andan quienes afirman que la palabra pecado está fuera de contexto, que ya no es actual, que debemos cuidarnos de herir a las personas cuando les decimos que son pecadoras y que deben arrepentirse, que es muy agresiva y a nadie le gusta escucharla. En ocasiones, mejor hablamos de reprender a los espíritus de fornicación, de borrachera, de adulterio que de reprendernos a nosotros mimos por nuestros pecados. Somos nosotros los pecadores, no lo espíritus que solemos reprender como si el pecado no tuviera rostros. Actuamos como los gálatas insensatos, como si la Cruz y la sangre de Cristo no hubieran sido necesarias para limpiar nuestra propia corrupción. Hemos escuchado decir muchas veces “estamos siendo afectados por el espíritu de enemistad, desamor, rivalidad, desconfianza, etc.” ¡Caramba! ¿No es mejor actuar a los pies de la Cruz y confrontar el pecado de cada cual con su poder liberador y de victoria llamando al pecador al arrepentimiento?

De acuerdo al Pacto de Lausana “una iglesia que predica la cruz debe ella misma estar marcada por la cruz”. ¡Qué desafío más grande para la iglesia de Cristo y para todos los cristianos!

Vivir a los pies de la cruz como discípulos de Cristo significa en primer lugar “morir al pecado” con los ojos puesto en el trono de nuestro salvador. La cruz es el trono de Jesús. Vivir a los pies de la cruz es hacer morir al “yo”, es poner a Cristo en el primer lugar de nuestras vidas y humillarnos como él se humilló para venir a este mundo a sufrir una muerte de cruz. Es “crucificarnos”, “negarnos”, tomar nuestra propia cruz” para resucitar a una nueva vida, a una vida gloriosa. A medida que esto sucede comienzan a surgir en nosotros virtudes cristianas que glorifican a Dios y a Cristo salvador. Pablo nos ayuda a reflexionar sobre la cruz cuando dice: “perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo. (2 Co 4:9-10) NVI)

Amados hermanos, a nosotros nos toca vivir a los pies de su cruz para ser dignos de tan grande salvación y poder gritar a este convulso mundo: ¡Cristo vive! A Él sea la gloria por siempre y para siempre.

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